Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el
Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me
ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa
magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida,
rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el
capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d'Artagnan,
Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los
tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París,
convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.
La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance
del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me
contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias
que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y
acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en
el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi
infancia de exaltación y de aventuras.
(...)
No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se
marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos?
Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su
ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga
paciencia. Faulkner, que es la forma -la escritura y la estructura- lo que
engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac,
Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en
una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que
las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo,
comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso
de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es
inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como
en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.